Ella
Entro en el salón, en el cual ella se encuentra, sentada sobre un taburete negro, esperando con una apariencia de curiosidad lo que sucederá. Yo le dije que tenía algo importante que darle, que había encontrado. Un libro, ella se ha de imaginar, una más de esas cosas, escritas por terceros metiches e irrelevantes, a las cuales dedica mucho de su tiempo. Ella no sabe que no es libro, pero yo no quise decirle qué era, pues creí que solo esperando más de esos objetos cotideanos ella se acercaría tanto hasta el salón, y esperaría ahí hasta recibir algo.
Al entrar, me detengo justo después de cruzar el umbral, y la miro, tratando de no impedir que mi rostro exprese mi alegría con una sonrisa muy fuerte, difícil de reprimir u ocultar. Ella corresponde mi mirada y mi sonrisa, con otra sonrisa y otra mirada, quizá por mera simpatía, quizás por una curiosidad intensificada, pues ha descubierto que no cargo un libro en mis manos.
Camino unos pasos, hasta estar a unos pocos centímetros de ella. Respiro profunda y discretamente, con tal de continuar cautivando su mirada, que no dejó de seguirme mientras me desplazaba hacia ella. Sin dudarlo, comienzo mi breve discurso de apertura, un soliloquio que le explicará que es lo que encontré:
Tú
«¡Oh dama mía! Tus ojos no me miran, ni tus manos me acarician, y aun así estás a punto de percibirme como nunca lo has hecho, y como probablemente nunca más lo harás, pues te mostraré algo que ha sucedido en mí, algo que tú provocaste, y de lo cual te puedes vanagloriar».
Comienzo entonces mi invasión anímica, intentando penetrarla a través de un solo sentido. La miro de momentos, para ver como reacciona, para ver si me responde, pero ella parece inmóvil, como si fuera estática, como si no lograra perturbarla con mi ataque invasor. Entonces decido intensificar mi penetración, utilizando un arma más agresiva y marcante. Estimulo su sentido, con mucha fuerza, que contiene un cariño exquisito y enmelado.
¡Niña! Olvida el dolor de la penetración inicial, una vez rota la barrera, saborearás un delicioso caramelo… ¿Qué pasa? Noto un pequeño cambio en tu rostro… ¿Acaso no me crees? Mira mi expresión facial ¿crees que es de dolor? No, es de deleite, el deleite que he proyectado provocarte, en cuanto logre horadar tu sentido.
El portal parece abierto, osaré invadirte ahora. Cada pequeña cosa dentro de ti es tocada por mis proyectiles acaramelados, los cuales estallan en puntos específicos, puntos que he elegido. Mi invasión está funcionando, lo sé porque puedo notar como tu cuerpo parece estremecerse, pues vibra y tiembla, de forma discreta, pero aún notoria, especialmente por mí, que te toco íntimamente, que puedo sentir cada movimiento tuyo, mientras más profundo, más visual para mí, que estoy dentro de ti.
Sonríes, no podría ser de otra manera… tú querías libros, pero yo traicioné tu querer, y en cambio te agredí, toque tu sentido, y lo estimulé violentamente, hasta deleitarte en esos puntos específicos, profundos, dentro de ti, esos puntos en ti que desde hace mucho tiempo quería tocar.
Muevo mis dedos un poco más rápido ahora ¿puedes sentirlo? seguro que sí, tu cabeza se inclina ligeramente hacia delante, y de pronto se vuelve hacia atrás ¿qué más podrías significar eso? si no es un gozo fascinante… La estimulación es tan impactante, que la sensación se extiende, hasta lugares lejanos de los puntos, lugares como tu cabeza.
Movimientos erráticos percibo ¿qué sucede contigo? quizás las contracciones comiencen ahora, esas que te he estado intentando provocar, esas que serían el signo de que mi violación ha sido lo suficientemente perturbante como para causar efectos lejanos en ti, efectos lejanos de la causa original —mi estimulación inesperada—.
Inspiras, exhalas, inspiras, exhalas, inspiras… suspiras. Lo sé, está sucediendo, te encanto con hechizos incontrolables para ti, detalle que los hace las cosas más deleitantes y exquisitas que puedes ahora sentir. Quieres hacerlo, sé que lo harás, quizás en 20 segundos, quizás en 5, tú gritarás… Quizás deba moverme más rápido, llevar tu sentido ultralímite.
¿Así? ¿Es suficiente esa velocidad? Espera, me falta mover estos dedos más rápida y ágilmente.
¿Me sientes? Sí, debe ser cierto, la invasión está por consumarse, pronto no podrás hacer más que gritar, pronto no podrás hacer más que gritar… Tus labios parecen moverse… Abres la boca… Ah… Ah…
¡No!… ¡No!… ¡No!… ¡¿Qué pasó?!…
Nosotros
Repentinamente ella cae del taburete… Vi como se desplomó en un síncope instantáneo, cerró los ojos, movió sus labios y su cuerpo se debilitó y cayó. Escuché un grito y un golpe del mueble, en ese orden, de eso estoy seguro ¿Por qué gritó antes de caer? ¿Por qué no gritó al golpearse?
Detengo inmediatamente mis manos, dejo de pulsar las teclas, y me levanto del asiento del piano, para auxiliarla. Pareció desmayarse, pero está consciente, me mira, aún sonríe, aún sonríe.
«¿Qué pasó?», le pregunto, pero su respuesta no la emite… Pasan varios segundos, me encuentro sentado en el piso, abrazándola y mirándola, esperando a que me diga algo.
«No sé que pasó, de pronto caí, y no sé como es que ahora estamos sentados sobre estas duelas de maple, mirándonos y abrazándonos… Lamento haber interrumpido tu interpretación, justo en la parte que era más emotiva», son sus palabras, pronunciadas con su voz suave y femenina.
«Querida amiga, la interrupción no importa, creo que logramos hacer lo que quería, experimentar lo que había encontrado, lo que había descubierto, lo que te quería mostrar, lo que debíamos hacer juntos».
«¿Tu composición?».
«No…».
«¿Entonces?».
«La emoción que la provocó, la emoción que curiosamente encontre en una condición tal que al mirarla supe que debíamos compartirla, sentirla, vivirla».
«¿Como la encontraste?».
«La encontre en mí… provocada por ti».
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