Entre la casa blanca puntiaguda y el minipalacio de granito residen cientos de personas cuyas casas no expresan el espíritu inmigrante ni el espíritu trabajador de un lejano pueblo. Huérfanos triste o alegres, o meros tipos ignorantes de la historia de sus padres.
Entre el centro libanés y la asociación catalana, hay un pequeño parque anónimo por «prósperas» comunidades «étnicas» vecinas. Pero esa gente incategorizable, carente de color, leyenda o gentilicio, disfruta plenamente del sublime placer que solo un prado con árboles puede brindar. El no edificio con sus no muros, sus no salones, y sus no oficinas ¿Qué mejor lugar para los no algos?
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